Rosario inflige una sobredosis de nacionalismo argentino. En la calle Lavalleja, en el barrio La Bajada, banderines con el 10 en los postes ...
Rosario inflige una sobredosis de nacionalismo argentino. En la calle Lavalleja, en el barrio La Bajada, banderines con el 10 en los postes de luz electrifican el Ć”nimo colectivo. En una de las esquinas donde Messi pasó su infancia, una escultura despostillada del Gauchito Gil –un desertor del ejĆ©rcito que fue condenado a ser colgado a mediados del siglo XIX– custodia el campito, una pequeƱa cancha multiusos donde sus amigos y vecinos de la infancia pintaron un mural de Messi en sudadera, junto a la Tierra vista desde el espacio.
“De otra galaxia y de mi barrio”, da la bienvenida la calle donde creció Lionel AndrĆ©s Messi Cuccittini en 1987, poco despuĆ©s de que el expresidente RaĆŗl Ricardo AlfonsĆn lograra la consolidación de la democracia despuĆ©s de la dictadura.
La casa del astro en Rosario.
“Komplejo vitamĆnico”, dice en el borde de la cancha, con la “a” envuelta en un sĆmbolo anĆ”rquico, como si el futbol fuese ilimitado, abnegado, mĆstico, fundado por el barrio para vivir el deporte sin culpas. “Ćl jugaba aquĆ o allĆ”, donde fuera, jugaba donde lo hacĆan jugar. Desde chiquitito fue una bestia, ahora imagĆnate”, dice un vecino con la playera del 10.
En el número 525 de Lavalleja, unos enclenques banderines azules se enredan en el balcón. La casa natal de Messi es gris con manchas de humedad, con las cortinas exteriores cerradas, un tinaco negro en la cornisa y las rejas oxidadas, como si se hubieran acostumbrado a estar cerradas. Una casa habitada por los fantasmas infantiles de Lionel, que de vez en cuando invocan los vecinos de la cuadra.
El apellido Messi estĆ” escrito hasta en las alcantarillas de esta calle. AsĆ, se levanta una sospecha que se mueve con suficiencia urbana: Messi es subterrĆ”neo y fluye por debajo de todo lo conocido. La certeza llega cuando el jugador aparece eludiendo contrincantes y marcando goles: Messi es subterrĆ”neo y fluye en la cancha con la misma eficiencia que una manguera a presión.
“La Ćŗltima vez que vino Leo era un hormiguero, ya no lo dejaban caminar”, dice su vecina de enfrente, donde un jugador estĆ” retratado en un mural en medio de una celebración con la camiseta en la cara, embriagado de gol. DecĆa “no me griten, yo voy a firmar”, cuenta. “Estaba siempre jugando, hasta una tapita era un balón, pero no sólo para Ć©l, sino para todos los niƱos que salĆan a la calle”, recuerda.
El barrio donde nació y vivió hasta los 12 aƱos, antes de irse a probar suerte en el Barcelona, es una cuadrĆcula de casas bajas donde lo mĆ”s alto son los tinacos. En la azotea de la casa los muralistas Marlene Zuriaga y Lisandro Urteaga pintan trepados en un andamio un retrato de Messi mirando hacia un cielo que anuncia una llovizna. Messi en un aura azulada y algunos garabatos alrededor aĆŗn indescifrables por los artistas.
“Estamos seguros que va ganar la Copa y vamos a celebrar allĆ” arriba”, dice emocionado Lisandro con un trofeo imaginario entre las manos.
“Nos dio permiso para poner ese mural. Se prendió. Ahora que sean campeones igual y viene”, dice Marlene con el cabello alborotado y manchado de pintura.
Ya anteriormente trazaron el rostro de Messi de 69 metros de alto en el edificio San Jorge, saludando hacia el monumento a la bandera y hacia el puerto, donde apenas en septiembre la policĆa decomisó mĆ”s de una tonelada de cocaĆna.
El mural es apenas un bĆ”lsamo para un paĆs en crisis. El futbol atrofia el flujo de la vida cotidiana en Argentina y rompe las fronteras entre provincias, en unidad con el sueƱo de salir campeones como en 1986.
Pese a que Messi dejó muy joven Rosario, la gente le guarda un fervor similar al de Maradona. Es el 10 que se muestra en las calles de Rosario, como si las cosas se resolvieran gracias a un deus ex machina. AsĆ como Messi se balancea en el borde del Ć”rea, los argentinos esperan un milagro que resolverĆ” la devaluación que carcome sus ingresos desde el “Corralito”, cuando se restringió el retiro de efectivo en los bancos.
Messi encarna un nacionalismo tan frĆ”gil como la economĆa argentina; es un jugador afĆ”sico que difĆcilmente recrea el Ćdolo que el populacho reclama. Mientras tanto, en medio de una violencia local en ascenso, las rosarinas le rezan a Maradona para que su selección salga airosa del encuentro de este domingo contra Francia, extraviadas en el infinito de su fe.
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